jueves, 25 de octubre de 2012

¿Cómo una monja del siglo XII, y que es santa, pudo descubrir el poder curativo de 20 piedras?

Hace 850 años, una monja de clausura llamada Santa Hildegarda de Binguen, que acaba de ser canonizada y nombrada Doctora de la Iglesia por Benedicto XVI, revolucionó la medicina del momento al transmitir una sabiduría sobre las virtudes curativas y profilácticas de una veintena de piedras preciosas o semipreciosas.

Santa Hildegarda, sin salir del convento, con una cultura y formación muy básica, transmitió lo que la “Luz Viva del Espíritu Santo” le dictaba, ofreciendo remedios sencillos a personas con dificultades de salud, basado en el contacto con determinadas piedras.

Con los años, los remedios curativos de Santa Hildegarda fueron bautizados por el pueblo como “la medicina de Dios”, y ya en pleno siglo XX, científicos y médicos alemanes descubrieron con asombro los conocimientos de esta monja del siglo XII, cuya sabiduría es, para muchos, “algo que viene del Cielo”.

Entrevistamos a José María Sánchez de Toca, uno de los mayores expertos en la obra de Santa Hildegarda en el mundo hispano. Él se ha encargado de traducir y preparar la primera edición completa en español de esta obra: El libro de las piedras que curan (LibrosLibres).

La voz de Dios sobre la naturaleza.
- "El Libro de las piedras que curan", ¿podríamos decir que es un resumen de creencias medievales?
- En absoluto. Los remedios populares de la Edad Media, las recetas de brujas, eran asquerosos, mientras que todo lo que dice Santa Hildegarda es inocuo, razonable y limpio. Si habla de plantas o animales, normalmente dice que hay que hervirlo.

- Saber médico medieval perdido en nuestros días.
- Tampoco. El saber médico de la Edad Media era árabe y judío, y no se parece a Santa Hildegarda ni de lejos. Los libros de piedras de aquella época, como el Lapidario de Alfonso X el Sabio, que es un compendio de lapidarios árabes, por ejemplo, o el del Obispo Marbordo, son radicalmente distintos en credibilidad, sistematización y si me permite la palabra, en "modernidad".

-¿Y el de Alberto Magno?
-No creo que fuera de verdad de San Alberto Magno; es un libro de hechizos y conjuros para cargarse a la gente, envenenar o provocar abortos.

- Entonces...
- Ella dice que la invadía una llama de Luz Indeficiente que la dictaba y que no la permitía poner nada de su cosecha.

- Se ha publicado bastante que eso era una migraña de aureola.
- Mire, esos señores hablan de oídas de lo que dijo otro que tampoco había leído a Santa Hildegarda. Me recuerdan a aquel prestigioso y venerado historiador de la Medicina que la llamaba "San Gil de Garde".

- Pero era una gran científica
- Ni hablar, eso no se tiene de pie. Es imposible que tuviera conocimiento experimental de lo que dice. Fijese que dijo ¡en 1153! que las ballenas buscan alimento en la superficie y en el fondo del mar, cosa que la Ciencia solo ha averiguado en la década de 1970, gracias a un submarino espía norteamericano. En el Mar de Behring, las ballenas bajaban al fondo del mar, barrían con la boca abierta los limos del Yukón, repletos de quisquillas, y luego subían a vomitar por los chorros el limo sobrante. No lo sabía nadie, ni los balleneros. Jamas se hubiera supuesto que un mamífero de respiración pulmonar bajase al fondo del mar, pero Santa Hildegarda ya lo había dicho.

- La película "Visión" muestra una gran biblioteca en el monasterio.
- Esa película es un ejemplo de como no deben hacerse las cosas ni falsear la Historia. Está llena de conjeturas que no están avaladas por las fuentes, y eso que hay muchas. Los libros no abundaban entonces como ahora, ni siquiera en los monasterios. Pero en cambio las fuentes son taxativas en que solo la enseñaron a leer el Salterio.

- El Papa Benedicto XVI dice que era muy culta.
- Y tiene razón: Santa Hildegarda estuvo ochenta años recibiendo enseñanzas del Espíritu Santo sobre la estructura del Universo, la naturaleza humana y las criaturas, y eso necesariamente la tuvo que volver cultísima y sabia. Pero suponer que era una erudita contradice de plano las fuentes, que son abundantes, de época y muy fiables. Tenga en cuenta que un concilio investigó en vida, y que después de muerta, investigaron su vida los inquisidores enviados por dos papas sucesivos.

- Este es un libro de "piedras que curan", pero la cuestión fundamental es si hay piedras que curen.
-Por lo que venimos comprobando, sí. Tampoco es tan insólito, si el barbero te corta al afeitarte, te pasa piedra alumbre por el corte para detener la hemorragia. El alumbre es una piedra que cura.

-¿ Santa Hildegarda habla del alumbre?
- No. Trata exclusivamente sobre diecinueve piedras que solo pueden utilizarse para el bien y para curar o prevenir daños. Dice Santa Hildegarda que entre las demás piedras algunas sirven para cosas buenas o malas, según se proponga quien las utilice, pero la Santa se ocupa solamente de las que solo sirven para el bien.

- Pero a estas alturas del siglo XXI ¿ ¿No es pura superstición creer que haya piedras que curen?
- Superstición es mantener una creencia sin base real, y prejuicio negarse a aceptar los hechos, y lo que no debe hacer nadie en el siglo XXI es negar los hechos. A menos que a uno le cieguen los prejuicios, hay que aceptar la evidencia. Y la evidencia es que en la mayoría de los casos, estas piedras curan a la mayoría de la gente.

- ¿No siempre?
-No siempre.

- ¿Por qué?
-Pues no lo sabemos. Hay muchísimo que investigar. El caso más claro es la crisoprasa, una modesta piedra con aspecto de jabón usado, que a uno le curó radicalmente en una sola noche un ataque de gota, mientras que otro se la tuvo que quitar de la rodilla porque no le hacía nada y se le estaba clavando en la hinchazón.

-Y entonces, ¿por qué curan?
- Pues tampoco lo sabemos. Muchas de las aplicaciones exigen contacto con la piel, lamer la piedra, o ponerla en vino, lo que puede suponer una transferencia molecular, por infinitesimal que sea. Pero otras veces actúan sin contacto; en concreto Santa Hildegarda advierte que se tenga mucho cuidado en evitar que el rubí toque la piel. Hace unos meses, cuando estaba preparando el libro, enseñé las piedras a unos amigos, y una señora se puso en las rodillas el costurero de plástico donde las guardo. A la mañana siguiente nos contó alborozada que se le habían pasado los dolores de rodilla y cadera que la traían mártir, y pensando a qué podría deberse, cayó en la cuenta del rato que tuvo las piedras en el regazo. Pero no hubo contacto.

- ¿Y no puede tratarse de sugestión o efecto psicosomático?
- Podría ser, pero le voy a contar algo: Un niño, Juancho, de siete años, tenía pesadillas recurrentes, muy violentas. Sus padres le pusieron jaspe debajo del colchón y las pesadillas cesaron esa misma noche. Se fueron a la playa, se dejaron la piedra y las pesadillas se reanudaron. Volvieron a ponerle el jaspe y cesaron. Ahora los niños la llaman la piedra filosofal, como en las películas de Harry Potter.

- ¿Y no pudo ser que el niño estuviera impresionado con la piedra?
- A Juancho no le impresiona ni un adoquín que le pongan de almohada.

- Que me contestaría si le digo que este libro es un texto medieval lleno de ideas medievales con poco contenido práctico.
- Que está hablando sin haberlo leído. Por ejemplo, en este libro Santa Hildegarda describe con pelos y señales como transforman las bacterias del hierro el oxido ferroso en oxido férrico para hacer la magnetita, y eso, amigo, es algo que la Ciencia descubrió en 1877, y todavía se sigue trabajando en ello. Le aseguro que sin análisis, sin laboratorios y sin microcospio era imposible saberlo. Es más, Santa Hildegarda da detalles que aun hoy son desconocidos, aunque verosímiles. Eso no es un conocimiento medieval.

- Pero Santa Hildegarda habla de piedras que ahuyentan los demonios y las serpientes.
- Pues estupendo; no soy partidario de los unos ni de las otras, y no los quiero cerca de mí. Pero esto que usted recuerda debe alertarnos que hay algo en la naturaleza de las piedras que todavía desconocemos. Santa Hildegarda dice que las piedras tienen cierta belleza singular que era la que tenía Lucifer antes de la caída, y que los demonios no soportan porque les recuerda su esplendor pasado. Para hablar de la eficacia de las piedras sobre los espiritus malignos utiliza los verbos "desdeña, pone en fuga, atormenta". Es un campo del que sabemos muy poco.

-¿De las piedras de Santa Hildegarda, cuál es la más útil?
- Cada una tiene su utilidad y con frecuencia se superponen, pero para mí la más útilñ por ahora esta siendo el jaspe, que es el analgésico y antiinflamatorio mas rápido que conozco. El jaspe que usted puede encontrar en cualquier obra en un saco de gravilla, cualquier guijarro de sílex a manchas y con grano fino.

- El título de este "El libro de las piedras que curan" habla de gemas. ¿Es que son piedras caras?
- Las piedras de las que habla el libro son en su mayoría piedras preciosas o semipreciosas, es decir, gemas, pero una docena son variedades de cuarzo, y el resto puede conseguirse a muy buen precio, digamos, uno o dos euros. En total uno podría hacerse con todas las piedras por unos cincuenta euros, pero no es necesario conseguirlas todas a la vez. Con veinte euros sobraría bastante para hacerse con jaspe, ágata, calcedonia, topacio, crisoprasa y esmeralda, que en este momento me parecen las más sencillas de usar. Por otra parte, buscar las piedras siguiendo las indicaciones que damos en el libro puede convertirse en un hobby muy gratificante.

-¿Satisfecho del esfuerzo y de su traducción?
- Mucho, pero la traducción no es mía, sino de Rafael Renedo, mi yunta de Hildegardiana. Lo mío ha sido averiguar y explicar qué significan hoy las palabras de Santa Hildegarda, comentarlas, anotarlas e indizarlas.

- ¿Qué espera de este libro?
- Que sea útil. Que ayude. Que sean muchos los que descubran con alborozo que hay piedras que curan.

- ¿Y por qué se publica y se difunde ahora precisamente un libro que llevaba ignorado ocho siglos y medio?
- Es algo que da que pensar; quizá es que sea la sabiduría que vamos a necesitar en el futuro, como todo lo de Santa Hildegarda.

- ¿Es un regalo de Dios para los hombres?
- Sí; Dios siempre ofrece el remedio antes que nos hagamos la llaga.



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