Benedicto XVI aseguró ayer que Dios "no
es absurdo, a lo sumo un misterio", que ese misterio "no es irracional" y
que es "razonable creer en Dios, pues está en juego nuestra
existencia".
El papa hizo estas manifestaciones ante varios miles de personas que
asistieron en el Aula Pablo VI del Vaticano a la audiencia pública de
los miércoles, en la que insistió en que a través de la razón se puede
conocer con certeza la existencia de Dios.
El Obispo de Roma dijo que la tradición católica desde el comienzo ha
rechazado el fideismo, la voluntad de creer contra la razón, ya que la
fórmula "Credo quia absurdum, creo porque es absurdo no interpreta la fe
católica".
"Dios no es absurdo, a lo sumo un misterio. El misterio a su vez no es
irracional, sino cargado de sentido, de significado, de verdad. Si
mirando al misterio, la razón ve oscuro, no es porque el misterio no sea
luz, sino porque es demasiada. Es como cuando los ojos del hombre se
dirigen directamente al sol para mirarlo y ven sólo tinieblas. ¿Alguien
diría que el sol no es luminoso?", señaló.
La fe, prosiguió el papa, constituye un estímulo para buscar siempre,
para no detenerse en la búsqueda de la verdad y la realidad.
Benedicto XVI aseguró que "es falso" el prejuicio de ciertos pensadores
modernos, según los cuales, la razón humana queda bloqueada por los
dogmas de fe. Según el papa, es "todo lo contrario".
Fe y razón, prosiguió el papa "no son antagonistas, sino las dos condiciones para comprender el sentido y el mensaje de Dios.
El Pontífice señaló que la fe católica es "razonable" y cree en la razón humana.
"La razón está capacitada para conocer con certeza la existencia de Dios
a través de los caminos de la creación", afirmó el papa, que añadió que
la razón del hombre "no se envilece, ni se anula, dando su visto bueno a
los contenidos de la fe.
Benedicto XVI subrayó que en el irresistible deseo de verdad, "sólo una
armoniosa relación entre fe y razón" es el camino justo que conduce a
Dios.
"Sin Dios el hombre se pierde. Es razonable creer y está en juego
nuestra existencia. Vale la pena gastarse por Cristo. Sólo El colma los
deseos de verdad y de bien radicados en el alma de cada hombre",
destacó.
A continuación reproducimos el texto íntegro de la catequesis del Santo Padre:
Es falso que la razón humana esté bloqueada por los dogmas de la fe
Queridos hermanos y hermanas:
Avanzamos en este Año de la fe, llevando en el corazón la esperanza de
volver a descubrir cuánta alegría hay en el creer, y en encontrar el
entusiasmo de comunicar a todos las verdades de la fe. Estas verdades no
son un simple mensaje sobre Dios, una información particular acerca de
Él. Sino que expresan el acontecimiento del encuentro de Dios con los
hombres, encuentro salvífico y liberador, que cumple con las
aspiraciones más profundas del hombre, su anhelo de paz, de fraternidad,
de amor. La fe conduce a descubrir que el encuentro con Dios mejora,
perfecciona y eleva lo que es verdadero, bueno y bello en el hombre. Es
así que, mientras Dios se revela y se deja conocer, el hombre llega a
saber quién es Dios y, conociéndolo, se descubre a sí mismo, su propio
origen, su destino, la grandeza y la dignidad de la vida humana.
La fe permite un conocimiento auténtico de Dios, que implica a toda la
persona: se trata de un "saber", un conocimiento que le da sabor a la
vida, un nuevo gusto de existir, una forma alegre de estar en el mundo.
La fe se expresa en el don de sí mismo a los demás, en la fraternidad
que se vuelve la solidaria, capaz de amar, venciendo a la soledad que
nos pone tristes. Es el conocimiento de Dios mediante la fe, que no es
solo intelectual, sino vital; es el conocimiento de Dios-Amor, gracias a
su mismo amor.
Después el amor de Dios nos hace ver, abre los ojos, permite conocer
toda la realidad, más allá de las estrechas perspectivas del
individualismo y del subjetivismo que desorientan las conciencias. El
conocimiento de Dios es, por tanto, experiencia de fe, e implica, al
mismo tiempo, un camino intelectual y moral: profundamente conmovido por
la presencia del Espíritu de Jesús en nosotros, podemos superar los
horizontes de nuestro egoísmo y nos abrimos a los verdaderos valores de
la vida.
Hoy en esta catequesis, quisiera centrarme sobre la racionalidad de la
fe en Dios. Desde el principio, la tradición católica ha rechazado el
llamado fideísmo, que es la voluntad de creer en contra de la razón.
Credo quia absurdum (creo porque es absurdo) no es una fórmula que
interprete la fe católica. De hecho, Dios no es absurdo, cuanto más es
misterio. El misterio, a su vez, no es irracional, sino sobreabundancia
de sentido, de significado y de verdad.
Si, observando el misterio, la razón ve oscuro, no es porque no haya luz
en el misterio, sino más bien porque hay demasiada. Al igual que cuando
los ojos del hombre se dirigen directamente al sol para mirarlo, solo
ven la oscuridad; pero ¿quién diría que el sol no es brillante, aún más,
fuente de luz? La fe permite ver el "sol", Dios, porque es la acogida
de su revelación en la historia y, por así decirlo, recibe realmente
todo el brillo del misterio de Dios, reconociendo el gran milagro: Dios
se ha acercado al hombre, se ha dado para que acceda a su conocimiento,
consintiendo el límite de su razón como creatura (cf. Conc. Vat. II,
Const. Dogm. Dei Verbum, 13).
Al mismo tiempo, Dios, con su gracia, ilumina la razón, abre nuevos
horizontes, inconmensurables e infinitos. Por eso, la fe es un fuerte
incentivo para buscar siempre, a no detenerse nunca y a no evadir nunca
el descubrimiento inagotable de la verdad y de la realidad. Es falso el
prejuicio de algunos pensadores modernos, según los cuales la razón
humana estaría bloqueada por los dogmas de la fe. Es todo lo contrario,
como los grandes maestros de la tradición católica lo han demostrado.
San Agustín, antes de su conversión, busca con mucha ansiedad la verdad,
a través de todas las filosofías disponibles, encontrándolas todas
insatisfactorias. Su investigación minuciosa racional es para él una
significativa pedagogía para el encuentro con la Verdad de Cristo.
Cuando dice, "comprender para creer y creer para comprender" (Discurso
43, 9: PL 38, 258), es como si estuviera contando su propia experiencia
de vida. Intelecto y fe, de frente a la revelación divina no son
extraños o antagonistas, sino son las dos condiciones para comprender el
significado, para acoger el mensaje auténtico, acercándose al umbral
del misterio. San Agustín, junto a muchos otros autores cristianos, es
testigo de una fe que es ejercida con la razón, que piensa y nos invita a
pensar. Sobre este camino, san Anselmo dirá en su Proslogion que la fe
católica es fides quaerens intellectum, donde la búsqueda de la
inteligencia es un acto interno al propio creer. Será especialmente
santo Tomás de Aquino –sólido en esta tradición--, quien hará frente a
la razón de los filósofos, mostrando cuánta nueva y fecunda vitalidad
racional deriva del pensamiento humano, en la introducción de los
principios y de las verdades de la fe cristiana.
La fe católica es, pues, razonable y brinda confianza también a la razón
humana. El Concilio Vaticano I, en la Constitución dogmática Dei
Filius, dijo que la razón es capaz de conocer con certeza la existencia
de Dios por medio de la vía de la creación, mientras que solo
corresponde a la fe la posibilidad de conocer "fácilmente, con absoluta
certeza y sin error" (DS 3005) la verdad acerca de Dios, a la luz de la
gracia. El conocimiento de la fe, más aún, no va contra la recta razón.
El beato Papa Juan Pablo II, en la encíclica Fides et ratio, resumió:
"La razón del hombre no queda anulada ni se envilece dando su
asentimiento a los contenidos de la fe, que en todo caso se alcanzan
mediante una opción libre y consciente" (n. 43). En el irresistible
deseo por la verdad, solo una relación armoniosa entre la fe y la razón
es el camino que conduce a Dios y a la plenitud del ser.
Esta doctrina es fácilmente reconocible en todo el Nuevo Testamento. San
Pablo, escribiendo a los cristianos de Corinto, sostiene, como hemos
escuchado: "Mientras los judíos piden signos y los griegos buscan
sabiduría, nosotros predicamos a un Cristo crucificado: escándalo para
los judíos, locura para los gentiles" (1 Cor. 1, 22-23). De hecho, Dios
ha salvado al mundo no con un acto de fuerza, sino a través de la
humillación de su Hijo único: de acuerdo a los estándares humanos, el
modo inusual ejecutado por Dios,contrastacon las exigencias de la
sabiduría griega.
Sin embargo, la cruz de Cristo tiene una razón, que san Pablo llama: ho
lògos tou staurou, "la palabra de la cruz" (1 Cor. 1,18). Aquí, el
término lògossignifica tanto la palabra como la razón, y si alude a la
palabra, es porque expresa verbalmente lo que la razón elabora. Por lo
tanto, Pablo ve en la Cruz no un evento irracional, sino un hecho
salvífico, que tiene su propia racionalidad reconocible a la luz de la
fe. Al mismo tiempo, tiene tal confianza en la razón humana, hasta el
punto de asombrarse por el hecho de que muchos, a pesar de ver la
belleza de la obra realizada por Dios, se obstinan a no creer en Él.
Dice en la Carta a los Romanos "Porque lo invisible [de Dios], es decir,
su poder eterno y su divinidad, se deja ver a la inteligencia a través
de sus obras" (1,20).
Así, incluso san Pedro exhorta a los cristianos de la diáspora a adorar
"al Señor, Cristo, en sus corazones, siempre dispuestos a dar respuesta a
todo el que les pida razón de su esperanza" (1 Pe. 3,15). En un clima
de persecución y de fuerte necesidad de dar testimonio de la fe, a los
creyentes se les pide que justifiquen con motivaciones sólidas su
adhesión a la palabra del Evangelio; de dar las razones de nuestra
esperanza.
Sobre esta base que busca el nexo profundo entre entender y creer,
también se funda la relación virtuosa entre la ciencia y la fe. La
investigación científica conduce al conocimiento de la verdad siempre
nueva sobre el hombre y sobre el cosmos, lo vemos. El verdadero bien de
la humanidad ,accesible en la fe, abre el horizonte en el que se debe
mover su camino de descubrimiento.Por lo tanto, deben fomentarse, por
ejemplo, la investigación puesta al servicio de la vida, y que tiene
como objetivo erradicar las enfermedades. También son importantes las
investigaciones para descubrir los secretos de nuestro planeta y del
universo, a sabiendas de que el hombre está en la cumbre de la creación,
no para explotarla de modo insensato, sino para cuidarla y hacerla
habitable.
Es así como la fe, vivida realmente, no está en conflicto con la
ciencia, más bien coopera con ella, ofreciendo criterios básicos que
promuevan el bien de todos, pidiéndole que renuncie solo a aquellos
intentos que, oponiéndose al plan original de Dios, puedan producir
efectos que se vuelvan contra el hombre mismo. También por esto es
razonable creer: si la ciencia es un aliado valioso de la fe para la
comprensión del plan de Dios en el universo, la fe permite al progreso
científico actuar siempre por el bien y la verdad del hombre,
permaneciendo fiel a este mismo diseño.
Por eso es crucial para el hombre abrirse a la fe y conocer a Dios y su
designio de salvación en Jesucristo. En el Evangelio, se inaugura un
nuevo humanismo, una verdadera "gramática" del hombre y de toda
realidad. El Catecismo de la Iglesia Católica lo afirma: "La verdad de
Dios es su sabiduría que rige todo el orden de la creación y del
gobierno del mundo. Dios, único Creador del cielo y de la tierra (cf.
Sal. 115,15), es el único que puede dar el conocimiento verdadero de
todas las cosas creadas en su relación con Él" (n. 216).
Esperamos entonces que nuestro compromiso en la evangelización ayude a
dar una nueva centralidad del Evangelio en la vida de tantos hombres y
mujeres de nuestro tiempo. Y oramos para que todos encuentren en Cristo
el sentido de la vida y el fundamento de la verdadera libertad: sin
Dios, de hecho, el hombre se pierde.
Los testimonios de aquellos que nos han precedido y han dedicado sus
vidas al Evangelio lo confirma para siempre. Es razonable creer, está en
juego nuestra existencia. Vale la pena gastarse por Cristo, solo Él
satisface los deseos de verdad arraigados en el alma de cada hombre:
ahora, en el tiempo que pasa, y en el día sin fin de la beata Eternidad.
Gracias.
Traducido del original italiano por José Antonio Varela V. (Zenit)
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