La primera Exhortación Apostólica del Papa Francisco, se titula Evangelii Gaudium, y es un extenso documento de 142 páginas que
suma dos llamados inseparables: la evangelización y la justicia social,
construidas sobre la esperanza, la fe, la caridad y la alegría
cristiana.
Puede leer el texto completo de Evangelii Gaudium AQUÍ.
Estos son las 30 principales ideas que ofrece el Santo Padre en la Evangelii Gaudium:
1. El gran riesgo del mundo actual, con su múltiple y abrumadora oferta de consumo, es una tristeza individualista
que brota del corazón cómodo y avaro, de la búsqueda enfermiza de
placeres superficiales, de la conciencia aislada. Cuando la vida
interior se clausura en los propios intereses, ya no hay espacio para
los demás, ya no entran los pobres, ya no se escucha la voz de Dios, ya
no se goza la dulce alegría de su amor, ya no palpita el entusiasmo por
hacer el bien.
2. Hay cristianos cuya opción parece ser la de una Cuaresma sin Pascua.
Pero reconozco que la alegría no se vive del mismo modo en todas las
etapas y circunstancias de la vida, a veces muy duras. Se adapta y se
transforma, y siempre permanece al menos como un brote de luz que nace
de la certeza personal de ser infinitamente amado, más allá de todo.
3. Puedo decir que los gozos más bellos y espontáneos que he visto en
mis años de vida son los de personas muy pobres que tienen poco a qué
aferrarse.
4. Llegamos a ser plenamente humanos cuando somos más que humanos,
cuando le permitimos a Dios que nos lleve más allá de nosotros mismos
para alcanzar nuestro ser más verdadero. Allí está el manantial de la
acción evangelizadora. Porque, si alguien ha acogido ese amor que le devuelve el sentido de la vida, ¿cómo puede contener el deseo de comunicarlo a otros?
5. Tampoco creo que deba esperarse del magisterio papal una palabra
definitiva o completa sobre todas las cuestiones que afectan a la
Iglesia y al mundo. No es conveniente que el Papa reemplace a los
episcopados locales en el discernimiento de todas las problemáticas que
se plantean en sus territorios. En este sentido, percibo la necesidad de avanzar en una saludable «descentralización».
6. La comunidad evangelizadora se mete con obras y gestos en la vida
cotidiana de los demás, achica distancias, se abaja hasta la humillación
si es necesario, y asume la vida humana, tocando la carne sufriente de
Cristo en el pueblo. Los evangelizadores tienen así «olor a oveja» y éstas escuchan su voz.
7. Sueño con una opción misionera capaz de transformarlo todo,
para que las costumbres, los estilos, los horarios, el lenguaje y toda
estructura eclesial se convierta en un cauce adecuado para la
evangelización del mundo actual más que para la autopreservación. La
reforma de estructuras que exige la conversión pastoral sólo puede
entenderse en este sentido: procurar que todas ellas se vuelvan más
misioneras, que la pastoral ordinaria en todas sus instancias sea más
expansiva y abierta, que coloque a los agentes pastorales en constante
actitud de salida y favorezca así la respuesta positiva de todos
aquellos a quienes Jesús convoca a su amistad..
8. Dado que estoy llamado a vivir lo que pido a los demás, también debo pensar en una conversión del papado. Me corresponde, como Obispo de Roma, estar abierto a las sugerencias
que se orienten a un ejercicio de mi ministerio que lo vuelva más fiel
al sentido que Jesucristo quiso darle y a las necesidades actuales de la
evangelización.
9. En su constante discernimiento, la Iglesia también puede llegar a
reconocer costumbres propias no directamente ligadas al núcleo del
Evangelio, algunas muy arraigadas a lo largo de la historia, que hoy ya
no son interpretadas de la misma manera y cuyo mensaje no suele ser
percibido adecuadamente. Pueden ser bellas, pero ahora no prestan el
mismo servicio en orden a la transmisión del Evangelio. No tengamos
miedo de revisarlas. Del mismo modo, hay normas o preceptos eclesiales que pueden haber sido muy eficaces en otras épocas pero que ya no tienen la misma fuerza educativa como cauces de vida.
10. A los sacerdotes les recuerdo que el confesionario no debe ser una sala de torturas
sino el lugar de la misericordia del Señor que nos estimula a hacer el
bien posible. Un pequeño paso, en medio de grandes límites humanos,
puede ser más agradable a Dios que la vida exteriormente correcta de
quien transcurre sus días sin enfrentar importantes dificultades.
11. La Iglesia «en salida» es una Iglesia con las puertas abiertas.
Salir hacia los demás para llegar a las periferias humanas no implica
correr hacia el mundo sin rumbo y sin sentido. Muchas veces es más bien
detener el paso, dejar de lado la ansiedad para mirar a los ojos y
escuchar, o renunciar a las urgencias para acompañar al que se quedó al
costado del camino. A veces es como el padre del hijo pródigo, que se
queda con las puertas abiertas para que, cuando regrese, pueda entrar
sin dificultad.
12. Si la Iglesia entera asume este dinamismo misionero, debe llegar a
todos, sin excepciones. Pero ¿a quiénes debería privilegiar? Cuando uno
lee el Evangelio, se encuentra con una orientación contundente: no tanto
a los amigos y vecinos ricos sino sobre todo a los pobres y enfermos, a
esos que suelen ser despreciados y olvidados, a aquellos que «no tienen
con qué recompensarte» (Lc 14,14). No deben quedar dudas ni caben
explicaciones que debiliten este mensaje tan claro. Hoy y siempre, «los pobres son los destinatarios privilegiados del Evangelio»,
y la evangelización dirigida gratuitamente a ellos es signo del Reino
que Jesús vino a traer. Hay que decir sin vueltas que existe un vínculo
inseparable entre nuestra fe y los pobres. Nunca los dejemos solos.
13. Prefiero una Iglesia accidentada, herida y manchada por salir a la calle, antes que una Iglesia enferma por el encierro
y la comodidad de aferrarse a las propias seguridades. No quiero una
Iglesia preocupada por ser el centro y que termine clausurada en una
maraña de obsesiones y procedimientos.
14. Así como el mandamiento de «no matar» pone un límite claro para asegurar el valor de la vida humana, hoy tenemos que decir «no a una economía de la exclusión y la inequidad». Esa economía mata. No
puede ser que no sea noticia que muere de frío un anciano en situación
de calle y que sí lo sea una caída de dos puntos en la bolsa. Eso es
exclusión. No se puede tolerar más que se tire comida cuando hay gente
que pasa hambre. Eso es inequidad. Hoy todo entra dentro del juego de la
competitividad y de la ley del más fuerte, donde el poderoso se come al
más débil.
15. Hoy en muchas partes se reclama mayor seguridad. Pero hasta que no
se reviertan la exclusión y la inequidad dentro de una sociedad y entre
los distintos pueblos será imposible erradicar la violencia. Se acusa de
la violencia a los pobres y a los pueblos pobres pero, sin igualdad de
oportunidades, las diversas formas de agresión y de guerra encontrarán
un caldo de cultivo que tarde o temprano provocará su explosión. Cuando
la sociedad –local, nacional o mundial– abandona en la periferia una
parte de sí misma, no habrá programas políticos ni recursos policiales o
de inteligencia que puedan asegurar indefinidamente la tranquilidad.
16. El individualismo posmoderno y globalizado favorece un estilo de
vida que debilita el desarrollo y la estabilidad de los vínculos entre
las personas, y que desnaturaliza los vínculos familiares. La acción
pastoral debe mostrar mejor todavía que la relación con nuestro Padre
exige y alienta una comunión que sane, promueva y afiance los vínculos
interpersonales. Mientras en el mundo, especialmente en algunos países,
reaparecen diversas formas de guerras y enfrentamientos, los cristianos insistimos en nuestra propuesta de reconocer al otro, de sanar las heridas, de construir puentes, de estrechar lazos y de ayudarnos «mutuamente a llevar las cargas» (Ga 6,2).
17. Nuestro dolor y nuestra vergüenza por los pecados de algunos
miembros de la Iglesia, y por los propios, no deben hacer olvidar
cuántos cristianos dan la vida por amor: ayudan a tanta gente a curarse o
a morir en paz en precarios hospitales, o acompañan personas
esclavizadas por diversas adicciones en los lugares más pobres de la
tierra, o se desgastan en la educación de niños y jóvenes, o cuidan
ancianos abandonados por todos, o tratan de comunicar valores en
ambientes hostiles, o se entregan de muchas otras maneras que muestran
ese inmenso amor a la humanidad que nos ha inspirado el Dios hecho
hombre.
18. La cultura mediática y algunos ambientes intelectuales a veces
transmiten una marcada desconfianza hacia el mensaje de la Iglesia, y un
cierto desencanto. Como consecuencia, aunque recen, muchos agentes
pastorales desarrollan una especie de complejo de inferioridad que les lleva a relativizar u ocultar su identidad cristiana y sus convicciones.
Se produce entonces un círculo vicioso, porque así no son felices con
lo que son y con lo que hacen, no se sienten identificados con su misión
evangelizadora, y esto debilita la entrega. Terminan ahogando su
alegría misionera en una especie de obsesión por ser como todos y por
tener lo que poseen los demás.
19. Una de las tentaciones más serias que ahogan el fervor y la audacia es la conciencia de derrota que nos convierte en pesimistas quejosos y desencantados con cara de vinagre. Nadie puede emprender una lucha si de antemano no confía plenamente en el triunfo.
20. El ideal cristiano siempre invitará a superar la sospecha, la
desconfianza permanente, el temor a ser invadidos, las actitudes
defensivas que nos impone el mundo actual.
21. Más que el ateísmo, hoy se nos plantea el desafío de responder
adecuadamente a la sed de Dios de mucha gente, para que no busquen
apagarla en propuestas alienantes o en un Jesucristo sin carne y sin
compromiso con el otro. Si no encuentran en la Iglesia una espiritualidad que los sane, los libere, los llene de vida y de paz
al mismo tiempo que los convoque a la comunión solidaria y a la
fecundidad misionera, terminarán engañados por propuestas que no
humanizan ni dan gloria a Dios.
22. La mundanidad espiritual, que se esconde detrás de apariencias de religiosidad
e incluso de amor a la Iglesia, es buscar, en lugar de la gloria del
Señor, la gloria humana y el bienestar personal. Es lo que el Señor
reprochaba a los fariseos: «¿Cómo es posible que creáis, vosotros que os
glorificáis unos a otros y no os preocupáis por la gloria que sólo
viene de Dios?» (Jn 5,44).
23. Esta oscura mundanidad se manifiesta en muchas actitudes
aparentemente opuestas pero con la misma pretensión de «dominar el
espacio de la Iglesia». En algunos hay un cuidado ostentoso de la
liturgia, de la doctrina y del prestigio de la Iglesia, pero sin
preocuparles que el Evangelio tenga una real inserción en el Pueblo fiel
de Dios y en las necesidades concretas de la historia. Así, la vida de
la Iglesia se convierte en una pieza de museo o en una posesión de
pocos. En otros, la misma mundanidad espiritual se esconde detrás de una fascinación por mostrar conquistas sociales y políticas,
o en una vanagloria ligada a la gestión de asuntos prácticos, o en un
embeleso por las dinámicas de autoayuda y de realización
autorreferencial. También puede traducirse en diversas formas de
mostrarse a sí mismo en una densa vida social llena de salidas,
reuniones, cenas, recepciones. O bien se despliega en un funcionalismo
empresarial, cargado de estadísticas, planificaciones y evaluaciones,
donde el principal beneficiario no es el Pueblo de Dios sino la Iglesia
como organización.
24. La Iglesia reconoce el indispensable aporte de la mujer en la
sociedad, con una sensibilidad, una intuición y unas capacidades
peculiares que suelen ser más propias de las mujeres que de los varones.
Por ejemplo, la especial atención femenina hacia los otros, que se
expresa de un modo particular, aunque no exclusivo, en la maternidad.
Reconozco con gusto cómo muchas mujeres comparten responsabilidades
pastorales junto con los sacerdotes, contribuyen al acompañamiento de
personas, de familias o de grupos y brindan nuevos aportes a la
reflexión teológica. Pero todavía es necesario ampliar los espacios para una presencia femenina más incisiva en la Iglesia.
25. Las reivindicaciones de los legítimos derechos de las mujeres, a
partir de la firme convicción de que varón y mujer tienen la misma
dignidad, plantean a la Iglesia profundas preguntas que la desafían y
que no se pueden eludir superficialmente. El sacerdocio
reservado a los varones, como signo de Cristo Esposo que se entrega en
la Eucaristía, es una cuestión que no se pone en discusión, pero puede volverse particularmente conflictiva si se identifica demasiado la potestad sacramental con el poder.
26. Nadie puede exigirnos que releguemos la religión a la intimidad
secreta de las personas, sin influencia alguna en la vida social y
nacional, sin preocuparnos por la salud de las instituciones de la
sociedad civil, sin opinar sobre los acontecimientos que afectan a los
ciudadanos. ¿Quién pretendería encerrar en un templo y acallar el mensaje de san Francisco de Asís y de la beata Teresa de Calcuta?
Ellos no podrían aceptarlo. Una auténtica fe –que nunca es cómoda e
individualista– siempre implica un profundo deseo de cambiar el mundo,
de transmitir valores, de dejar algo mejor detrás de nuestro paso por la
tierra.
27. Para la Iglesia la opción por los pobres es una categoría teológica
antes que cultural, sociológica, política o filosófica. Dios les otorga
«su primera misericordia». Esta preferencia divina tiene consecuencias
en la vida de fe de todos los cristianos, llamados a tener «los mismos
sentimientos de Jesucristo» (Flp 2,5).
28. Siempre me angustió la situación de los que son objeto de las
diversas formas de trata de personas. Quisiera que se escuchara el grito
de Dios preguntándonos a todos: «¿Dónde está tu hermano?» (Gn 4,9). ¿Dónde está tu hermano esclavo? ¿Dónde está ese que estás matando cada día en
el taller clandestino, en la red de prostitución, en los niños que
utilizas para mendicidad, en aquel que tiene que trabajar a escondidas
porque no ha sido formalizado? No nos hagamos los distraídos. Hay mucho
de complicidad. ¡La pregunta es para todos! En nuestras ciudades está
instalado este crimen mafioso y aberrante, y muchos tienen las manos
preñadas de sangre debido a la complicidad cómoda y muda.
29. Entre esos débiles, que la Iglesia quiere cuidar con
predilección, están también los niños por nacer, que son los más
indefensos e inocentes de todos, a quienes hoy se les quiere
negar su dignidad humana en orden a hacer con ellos lo que se quiera,
quitándoles la vida y promoviendo legislaciones para que nadie pueda
impedirlo. Frecuentemente, para ridiculizar alegremente la defensa que
la Iglesia hace de sus vidas, se procura presentar su postura como algo
ideológico, oscurantista y conservador. Sin embargo, esta defensa de la
vida por nacer está íntimamente ligada a la defensa de cualquier derecho
humano. (…) Precisamente porque es una cuestión que hace a la
coherencia interna de nuestro mensaje sobre el valor de la persona
humana, no debe esperarse que la Iglesia cambie su postura sobre esta
cuestión. Quiero ser completamente honesto al respecto. Éste no es un
asunto sujeto a supuestas reformas o «modernizaciones».
30. A veces sentimos la tentación de ser cristianos manteniendo una
prudente distancia de las llagas del Señor. Pero Jesús quiere que
toquemos la miseria humana, que toquemos la carne sufriente de los
demás. Espera que renunciemos a buscar esos cobertizos personales o
comunitarios que nos permiten mantenernos a distancia del nudo de la
tormenta humana, para que aceptemos de verdad entrar en contacto con la existencia concreta de los otros y conozcamos la fuerza de la ternura.
Cuando lo hacemos, la vida siempre se nos complica maravillosamente y
vivimos la intensa experiencia de ser pueblo, la experiencia de
pertenecer a un pueblo.
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