viernes, 26 de octubre de 2012

Testimonio de médico sanado por la fe, clave para canonizar a monja

Al doctor le pusieron los santos óleos. No había nada que hacer. Eso lo tenía muy claro Carlos Eduardo Restrepo, como profesional de la salud: los médicos también se mueren. El nuevo episodio ocasionado por la enfermedad de tejido conectado que padecía desde los 12 años, y que estuvo a punto de matarlo en varias ocasiones, no le daría más tregua.

“O me moría o quedaba como un sobrado de tigre”, suelta, con desparpajo, al hablar de su desolador pronóstico. Si salía con vida de una compleja cirugía, pasaría de inmediato a cuidados intensivos y allí tendría que permanecer varios meses. Y su cuerpo habría quedado muy maltrecho, incapaz de permitirle una vida normal. “Ya no quería seguir luchando”, relata. Y se lleva las manos a la cabeza.
El mal que padecía, caracterizado porque las defensas atacan el sistema autoinmune, como si fuera extraño, y que ya le había generado una especie de lupus, un daño renal y una atrofia muscular, desencadenó en una perforación en el esófago; un boquete sin fondo, un hueco aterrador en el tubo por donde pasa la comida, que le provocó –además– una infección en el corazón.

Sus familiares se despidieron de él, tras la bendición del sacerdote. “Mis amigos y colegas no iban a desearme suerte sino a darme el último adiós”, recuerda. Fue en ese momento cuando una iluminación divina, o un chispazo tal vez, lo llevó a pensar en la madre Laura Montoya.

De ella –reconoce– no sabía mucho más que la mayoría de la gente: que en vida fue una monjita muy buena, y que por sus obras fue proclamada beata por la Iglesia. Y aunque pertenecía a una familia católica, admite que no era un creyente comprometido.

“Le dije: ‘madre Laura, si me saca de estas, yo me encargo de contarle al mundo su milagro para que la eleven a los altares’ ”. Y ambas cosas ocurrieron.

Era una noche de enero del año 2005 y ya completaba nueve meses hospitalizado. Se tomaba al día 60 pastillas. El regalo de Navidad que le dio su hermano fue un cepillo de dientes eléctrico, pues no tenía alientos ni para levantar la mano. En la clínica le habían dado 12 horas de plazo para definir si lo operaban o no.

Pero esa noche, después de encomendarse a la madre Laura, recuerda que durmió plácidamente, como no lo hacía hace mucho tiempo. No podía dormir sin somníferos y esa vez no los tomó.
Al despertarse sintió una sensación de bienestar. Extraña, porque horas atrás era un moribundo. No tenía fiebre y el dolor había casi desaparecido. Como médico que es, siempre supo lo que le pasaba a su cuerpo; ahora no comprendía por qué, de repente, empezaba a escaparse de la muerte.

“Tengo una laguna. No sé si tuve una experiencia extracorpórea o si lo imaginé, o si fue el subconsciente, pero cuando me encomendé a la beata sentí una paz maravillosa”, evoca.
Le hicieron una nueva endoscopia y el orificio en el esófago se estaba cerrando. Y a los 15 días había desaparecido por completo, como lo testifica su historial clínico. Al mes le dieron la salida. Ya podía caminar. También se había recuperado del problema en los músculos que lo inmovilizaba.
“Si esto no es un milagro, entonces qué es”, afirma Restrepo al referirse a su recuperación. “Cuando sabes que no tienes ninguna posibilidad y quedas intacto, entonces es un milagro”, reitera.
Y es que él, un hombre formado en la ciencia médica (es anestesiólogo y especialista en medicina del dolor), siempre fue escéptico a creer en asuntos sobrenaturales, en cualquier cosa que no se apegara a los libros.

Llevó su caso al Vaticano

Pero después de lo que le sucedió, recordó que en su larga carrera médica ha visto a muchos pacientes graves que se recuperan sin ninguna explicación. “Hay muchos milagros que uno no se percata de que existen, hasta que le ocurren a uno”.


Convencido de que Laura intercedió ante Dios para salvarlo, se fue para su convento, en Medellín, y les contó el testimonio a las religiosas. Fue entonces cuando planearon enviar el caso al Vaticano para que lo estudiaran en el proceso de la beata.
 
Dos meses más tarde ya estaba ejerciendo de nuevo su profesión de anestesiólogo. Y en junio del 2006 (tres meses después) viajó a Toronto (Canadá) a estudiar medicina del dolor, donde también trabajó en una clínica. “Quedé con pilas nuevas”.

En septiembre del 2008 fue a Génova (Italia), a presentar un estudio que elaboró sobre el dolor. Y aprovechó la oportunidad para ir a Roma.

Allí se reunió con un médico del Vaticano, que cuida la salud del Papa y que dirige el comité científico que se encarga de estudiar los testimonios milagrosos de sanación en la Congregación para la Causa de los Santos.

Aunque ya había enviado sendos informes médicos con su historia clínica, demostrando que su curación no tenía sustento en la medicina sino en la fe, lo que quería era que lo escucharan para que su relato fuera tenido en cuenta en la canonización de la beata Laura. Solo faltaba ese paso –es decir, un nuevo milagro– para proclamarla santa.

El dicho popular de ‘la cara del santo hace el milagro’, referente a que si uno da la cara logra lo que quiere, resultó casi al pie de la letra.

El pasado 14 de junio llegó a Medellín la notificación del Vaticano en la que anunciaban la aprobación de su testimonio. Sí, la primera santa que tendrá Colombia llegará a los altares gracias al caso del doctor Restrepo.

Su caso tuvo peso en la Santa Sede, precisamente, porque se trató de un hombre de ciencia. “La madre Laura me salvó y yo también pude cumplirle”, cuenta Restrepo con emoción en la voz y muestra una foto de la beata que tiene en el fondo de pantalla de su iPhone. Entra una llamada y suena Lonely boy, de Black Keys.

“Sigo siendo igual, pero con la madre Laura a mi lado”, cuenta el hombre, de 41 años, soltero, que en la actualidad se desempeña como profesor universitario y anestesiólogo y médico del dolor de la Clínica Las Américas y del hospital Pablo Tobón Uribe, en Medellín.

Eso sí, carga estampitas con la imagen de Laura Montoya, con la novena al otro lado. Y cuando ve la oportunidad, cuenta su testimonio. No la politiza, aclara. “Siempre que me despido de alguien, le pregunto si tiene un santo de la devoción. Si dicen que no, le digo: yo le tengo uno: la madre Laura. Ella es mi amiga”.

Con sus pacientes tiene mucho cuidado. Sabe que no puede generarles expectativas. Solo les cuenta que tiene una santa preferida y la recomienda si la situación se presta.

“Soy médico del dolor y trato a pacientes con dolores muy terribles. No me despego de la ciencia, pero tampoco de la fe”, admite, y confiesa que antes de tratar a un enfermo le pide a la madre Laura que le ilumine las manos.

“¿Si no les transmito fe, cuando acuden a mí, que soy médico del dolor, quién más lo va a hacer?”, se pregunta.

Ahora solo espera que la madre Laura sea canonizada para que Colombia y el mundo sepan que esta antioqueña ‘tiene palanca’ con Dios para hacer todo tipo de favores.

Hace poco se encontró con un colega, ateo, que al verlo le dijo: “Lo que le pasó a usted fue un mmm... un mmm...”.
“Sí, un milagro”, respondió.
El camino a la santidad de Laura
-Nació en Jericó (Antioquia) el 26 de mayo de 1874.
-El 5 de mayo de 1914 empieza su evangelización de los indígenas de Dabeiba (Antioquia).
-Muere en Medellín el 21 de octubre de 1949.
-En 1960 empieza proceso de canonización.
-En 1991 es declarada Venerable, por el Vaticano.
-El 7 de julio del 2003 se anuncia su beatificación.
-El 25 de abril de 1914 es beatificada por el Papa Juan Pablo II, tras comprobar un milagro en la sanación de Herminia González, enferma de cáncer.
-El 14 de junio del 2012 llega a Medellín la aprobación de un nuevo milagro, en el médico Carlos Eduardo Restrepo, para su canonización.

Así se hace un santo

1. Siervo de Dios. Cada aspirante a santo tiene un postulador. Desde que arranca el proceso oficial, recibe título de Siervo de Dios.
2. Venerable. La Congregación para la causa de los Santos nombra un tribunal para que estudie el caso. Si el postulado realmente llevó una vida santa, lo declaran Venerable.
3. Beato. Un comité científico y religioso se encarga de revisar un milagro en el que el postulado haya intercedido.
4. Santo. Para la canonización se requiere la comprobación científica y religiosa de un nuevo milagro, más contundente aún que el de la beatificación.


Tomado de Esta WEb

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